«Breves erizos verdes», de Juan Antonio Bernier

Por Jorge Díaz Martínez. EL POETA, EL PROFESOR Y EL NIÑO

Puede llevar a engaño la apariencia menor de este librito, cuyo rectángulo cabe en la palma de la mano. El origen incidental de su composición, de ánimo propedéutico, no le ha restado mérito; antes bien, creo que ha contribuido a una sutileza de estilo que, aun siendo característica del autor, alcanza aquí, en contraposición con la profundidad de sus asuntos, esa rara virtud que es ser capaz de hablar y esclarecer de manera sencilla cuestiones complicadas. Dicen que decía Confucio que «en todos los ritos la sencillez es la mejor de las extravagancias»; y es mediante esta exquisita extravagancia que Juan Antonio Bernier logra tocarle la fibra al ser/hecho poético.

Actualmente, existen en el mercado diversos manuales dedicados al arte de escribir un poema, dirigidos a un público infantil o juvenil, donde se explican algunas técnicas básicas como puedan ser la rima, la métrica o las figuras. Son manuales, por lo general, amenos y, en verdad, necesarios, que no pasan de ser precisamente eso, manuales de escritura. Aquí hablamos de otra cosa. Breves erizos verdes es un texto que, sin prescindir de su orientación moral ―educativa―, no ha perdido tampoco su carácter de obra literaria, en el sentido artístico del término. Se trata, en definitiva, de una obra al margen de los géneros.

Atendiendo a su enfoque, y salvando las distancias, recuerda inmediatamente a las Cartas a un joven poeta, de R. M. Rilke; o incluso, por su temática, a Función de la poesía y función de la crítica, de T. S. Eliot ―sin ser tampoco lo mismo, por supuesto―. Con ambos textos comparte el ánimo de indagar en cuestiones de fondo, como pueden ser el estilo personal, el uso de la ironía ―y de la rima―, el valor de la tradición, la actitud ante el mercado… y un pequeño etcétera, así como la apariencia de estar escritos en prosa. Sin embargo, mientras que las epístolas de Rilke y el tratado de Eliot están, efectivamente, escritos en prosa ―más o menos sesuda, en cada caso― lo que distingue y realza los erizos de Bernier es su reductio ad essentiam, acercándose, a mi juicio, más al texto poético que al prosaico.

Cada lector encontrará en esta obra sus propios referentes. Por su tono, entre sarcástico y lúdico y didáctico, y por su naturaleza híbrida, a mí me ha recordado, en algunos momentos, a autores como Julio Cortázar y Eduardo Galeano. Una locución muy suelta que parece brotar directamente y que sólo se consigue tras años de ensayar y de ensayar (o de explicar y de explicar). Y es que sucede con no poca frecuencia que algunos grandes artistas aciertan a componer sus obras más celebradas casi sin darse cuenta, en buena parte debido a tener muy interiorizado su arte ―hasta la médula― y en buena parte debido a una de las máximas que enuncian los erizos:

SOBRE EL ESTILO PERSONAL
Si aquello que hace que tus allegados te estimen no está en tus poemas, serán solo “poemas” en el peor sentido de la palabra. Carecerán de tu encanto, tu “gracia”; vagarán sin identidad.

Esta idea se aplica también al librito que ahora comentamos. Y es que, aunque la voz del profesor ―que también es Juan Antonio Bernier― esté presente en ellos, esa voz pedagógica se ha ejecutado aquí como un rasgo de estilo, una voz diferida dirigida no a un público específico sino a un adolescente universal, implícito e implicado en la poesía. Todos hemos fantaseado alguna vez con volver al pasado, pero con el conocimiento ―y la experiencia― que ahora tenemos de la vida. Probablemente, Juan Antonio Bernier le haya escrito este libro a aquel adolescente que alguna vez fue él mismo. El poeta, el profesor y el niño.

Por todo lo anterior ―y por las abundantes coincidencias de estilo―, Breves erizos verdes casi debiera contarse, en mi opinión, entre los libros de poesía del autor. Los libros de aforismos, de hecho, aparecen en las colecciones de poesía. Y aunque, de alguna manera, todo poemario encarne ―o más bien imprima― una poética, lo que tenemos aquí resulta elevado al cubo: metapoesía decantada en poesía. Sin embargo, tampoco es eso: ni aforismos, ni máximas, ni sentencias, ni versos, sino erizos.

FINALIDAD DE LA POESÍA
Las palabras se gastan con el uso. La poesía es un intento de crear maneras novedosas, y por ello más eficaces, de volver a decir “te quiero”.

Andando el tiempo, lo previsible ―y deseable― es que vayan apareciendo sucesivas reediciones ―¿ampliadas, tal vez?― de estas breves instrucciones para escribir una poema. De momento, ya se está reimprimiendo. Si mucho no me equivoco, esta cosa llamada Breves erizos verdes (Editorial Cántico) tiene muchas papeletas de convertirse en libro de cabecera de futuras generaciones de poetas, e incluso a algunos de ahora no nos vendría mal releerlo alguna vez. De seguro, la obra irá llamando a sus lectores, sin prisa pero sin pausa, como la tortuga que le gana a la liebre, o como esos erizos que sobreviven gracias a sus rizos.

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