Está en la página 1de 34

17

CUENTOS
ADULTOS
PRESENTACIÓN

La vida diaria suele pasar silenciosa ante la mirada de todos, nadie tiene el

tiempo de mirarla cuando se nos cruza delante, cuando la vemos cruzar la calle o

cuando se detiene en la acera de enfrente, tampoco la notamos cuando descansa

en casa. La vida diaria que para la mayoría suele ser una dama callada y tímida

ha decidido relatar en mis letras un poco sobre sí misma.

Estos diecisiete cuentos adultos reflejan de forma imaginativa mi visión de

la realidad y la cotidianeidad de distintas personas, algunos son totalmente

ficticios, otros se basan en historias oídas, leídas o hechos reales que han

sucedido en algún momento del día a día. Quiero darles las gracias a las

personas que se tomen la enorme molestia de leer las páginas subsiguientes, ya

que por su libre voluntad me permiten contarles estos cuentos cortos. Mi mayor

deseo es que les guste su lectura y tomen en cuenta leer obras futuras de esta su

servidora.
EL DIARIO DE EDUARDO

Sobre la mesa permanecía el diario a simple vista de todos, nadie se


atrevía a tocarlo desde que Eduardo lo dejará con la súbita advertencia; es que
acaso la amenaza se cumpliría, ¿quién sabe? Desde aquel día ninguno había
vuelto a mirar a Eduardo, ya no se acercaba a la casa o al trabajo, ya no visitaba a
Ana y tampoco trasnochaba con los amigos, había desaparecido.

Con el diario quedó también el recuerdo de esa personalidad arrolladora,


fuerte e imponente que lo destacaba; era un hombre más bien bajo, con la mirada
profunda y de rala cabellera ya cubierta totalmente por las canas.

La amenaza seguía en pie aun cuando él ya no estaba allí para hacerla


cumplir; como un centinela un reloj cucú le contaba el tiempo a las paredes, a la
cama, a las cortinas desteñidas que cubrían las dos ventanas apenas cerradas. La
amenaza era lo único que quedaba como guardián de sus últimas palabras; por fin
alguien se atrevió, abriendo el diario descubrió el secreto que tan celosamente
guardaba: poemas, sonetos y rimas cortadas con pequeños dibujos sin color eran
el tesoro que el custodio velaba. Aquel hombre extremadamente machista, recogía
en sus páginas verduscas dulces letras.
EL HOMBRE DE LAS PALOMAS

“La compasión humana termina cuando el hambre y la desesperación atacan”

Cada día se planta en el mismo punto de la plaza, su ocupación favorita es


alimentar a las palomas y ellas se acercan con tal confianza que se paran en su
cabeza, en sus brazos y a su alrededor; todas comen los granos de maíz que
poco a poco él va dejando caer. Así pasa las horas del día sin mayor actividad, los
niños que también visitan el lugar corren para espantar a las aves, pero pronto
regresan a los pies del hombre viejo.

Sin previo aviso, como una bandada que levanta el vuelo, dan vuelta en el
aire y regresan al suelo otra vez; vuelven entonces a comer los granos de maíz
que él y otros transeúntes dejan caer para ellas. De cuando en cuando, el hombre
recoge alguna del suelo y la acaricia entre sus manos, esta se queda quieta,
aceptando el nido provisional que de algún modo le transmitía una sensación
anestesiante, al emprender el viaje de regreso acomoda la paloma que sostiene
entre sus manos en uno de los bolsillos de su chaqueta y allí ella permanece
inmóvil.

Ya entrada la tarde en su casa, el hombre normal y sereno saca al pequeño


animal con calma y lo deposita en una caja sobre la mesa, se dispone después a
preparar una olla con condimentos para su cena.

Con la destreza que solo la práctica da, toma por el pescuezo al ave y lo
jala, un solo tirón es suficiente para romperle el cuello, de allí a desplumarla y
cocinarla es asunto de un par de horas.
MI TIERRA AGONIZA

“Consumida por la indigencia, el descuido, la basura y el abandono total de


autoridades y pudientes, mi tierra se muere, su hambre de progreso y la sed de justicia
han aniquilado el ánimo de su gente, que poco a poco se han dejado enamorar por la
delincuencia”

Hasta fuera se oían los gemidos de Juana; parir su octavo hijo, no era cosa
sencilla. Marcelino espera paciente afuera del hospital dejando a Dios la suerte de
su mujer; mientras en el vecindario, todos critican mucho la situación, los siete
hijos de la pareja viven descalzos, pero alegres, inconscientes de todas sus
carencias, cuatro pulguientos y mal alimentados gatos como mascotas los
acompañan, todos descansan en un solo cuarto sobre cuatro camastros duros,
pero harán un lugar más.

__ ¡Cómo se les ocurre si no pueden mantener los siete que ya tienen!__, es la


frase que todos repiten desde que se supo del embarazo de Juana. Marcelino ya
había logrado la proeza de sobrevivir con diez mil colones al mes; para fortuna de
la familia encontraron una casa abandonada desde hace tiempo, por eso ya no
ruedan de tugurio en tugurio. Sin vidrios, ni drenaje, pero con las cuatro paredes
medio paradas y latas viejas de techo, suficiente para no mojarse en invierno.
Unas tablas recogidas en la calle, clavadas a tucos hacen las veces de mesa
familiar, donde a pesar de la enorme pobreza, nunca ha faltado de comer.

Su vida es ya muy difícil, pero siguen siendo muy agradecidos con Dios.
__¡Él jamás nos ha dejado solos!___, contestan una y otra vez cada vez que les
echan en cara su falta de planificación familiar.

Cuando se es tan pobre, con hambre y frío en las noches, solo queda el
calor del cuerpo de la pareja para calentarse, las horas se hacen menos largas y
se olvidan por un rato, al menos así, se siente menos la pobreza. Mi tierra
agoniza, se leía en el titular de un periódico viejo en el que venían envueltas dos
yucas y unas papas que les regalaron para la comida unos días después de haber
dado a luz a Felipe. Juana se quedó viendo las letras negras, grandes; ella apenas
sabe leer, pero entiende lo que quieren decir; pensó un momento en las decenas
de personas que duermen en cualquier rincón del parque olvidado a merced del
tiempo, los cientos de kilos de basura amontonados en las esquinas, las
callejuelas de lastre, los lotes baldíos encharralados, las aguas negras estancadas
y luego con tristeza pensó en sus niños descalzos en medio de todo esto.

No hay trabajo en ninguna parte, pero Marcelino sale todos los días a
buscar algo, algún camarón que le depare algunos cinquitos como él siempre dice.
Ellos siguen luchando, seguros de que a nadie le falta Dios.
EL VIAJE

“Sobre la esperanza de un mejor futuro, se alza la lucha continua de un presente


comprimido en la rutina y la costumbre.”

Ya siendo en el reloj las seis de la tarde, se inicia la procesión de pasajeros


hacia el interior del autobús, acomodándose en los asientos dispuestos en filas y
abarrotando el pasillo hasta casi ir colgando de ventanas y puertas. No entraría ya
ni alfiler, sin embargo, el chofer seguía subiendo personas para no dejar a nadie
para la próxima carrera.

Setenta y tantos pasajeros amontonados en un estrecho espacio, todos con


la urgencia de llegar a sus casas, cansados de jornadas extenuantes y correrías
propias de obreros, dependientes, empleadas y meseras. Personas humildes
tratando de ganar honradamente un salario mínimo con las deducciones de ley,
que les garantice cubrir mes con mes las cuentas y los servicios básicos de los
que les esperan en sus hogares. Como una carreta, ruidosa e incómoda, se pone
en marcha con dificultad, haciendo piruetas, retrocediendo y avanzando a un
tiempo, girando de a poquitos para salir del cajón formado por la larga fila de
autobuses, que como él, llenaban sus vientres de metal para iniciar sus carreras
hacia las comunidades que esperaban ver llegar a su gente sana y salva, como
todos los días. Se inició el viaje de vuelta igual que siempre, con movimientos
bruscos del potente y viejo motor que hacían vibrar al autobús completo y a sus
pasajeros dentro de él.

Allí, unos asidos a otros los que iban de pie, y con sus pertenencias sobre
las rodillas los que tuvieron la suerte de alcanzar un asiento, se daba amena y
natural la confraternidad entre los pasajeros que compartían el angosto espacio;
las conversaciones eran muy variadas, la mayoría se conocía desde hacía tiempo,
el interior del autobús parecía entonces un gallinero enloqueciendo con facilidad a
cualquiera que no estuviera acostumbrado a viajar en el transporte público.
Transcurridos unos minutos el autobús apenas había logrado avanzar unos
metros. La fila interminable de semáforos en rojo, cientos de voces mezcladas,
todas hablando al mismo tiempo y los automóviles encendidos y en espera, llenan
el ambiente de ruido ensordecedor, pesado. Afuera del camión esperaban los
vendedores ambulantes que con chocolates, lapiceros y chucherías trataban de
arrancarles a los pasajeros los cien colones que costaba cualquiera de sus
maravillosas ofertas, así se ganan la vida.

Mientras con dificultad avanzaba en la fila se escuchaba a los pasajeros


reclamarle al chofer la lentitud en su forma de manejar, uno entre todos, grito sin
pensar: __ ¡soque, soque, que se me pasa la novela!__, enseguida la risa
contagió en todos los presentes un poco de relajante humor en sus estresadas
rutinas. En una de las primeras paradas, se subió una señora con un montón de
bolsas en una mano y una catizumba de chiquillos en la otra, apenas pudo darle
con mil contorsiones el menudo del pase al chofer, ya acomodada adentro, el
chofer le grita:

___ ¡le faltan cinco pesos señora!___, entonces la mujer con un obvio gesto
de incomodidad mandó la monedita con uno de los niños, el que se encontraba
más cerca de la entrada. Desde el fondo del autobús, casi como un reflejo
instantáneo, uno de los pasajeros le contesta:

___ ¡cójalos del vuelto del pan!__, y en el instante las carcajadas volvieron
a llenar el aire como una ola de viento fresco, muy a pesar del enojo indiscutible
del conductor, que se aferraba con fuerza al enorme volante.

El viaje continuaba, poco a poco logró el automotor salir de las


congestionadas calles y avenidas del centro de la capital, conforme fue
avanzando, fue abriéndose la calle, dando más espacio y haciendo más rápido el
tiempo transcurrido en el angosto espacio, ahora el rudo brincoteo y el pesado
ruido del motor, ni se sentían. Pasando la rotonda empezaron a bajar muchos de
los pasajeros, y los que iban quedando se empezaban a sentir un poco más
cómodos, ya solo quedaban unos asientos ocupados cuando se oyó a dos nuevos
amigos conversar sobre el tiempo que tenían de vivir en el barrio, la conversación
se tornó cada vez más amena, y fue el momento de compartir direcciones:

___ ¿y vos, vivís aquí cerca? ___ ¡sí, sí, allí!___ doscientos al sur de la
entrada verde, donde está la perra echada__ esa es mi choza.___ .

__ ¿y vos? ___ Yo me bajo en la pulpería de Don Simplicio, de allí son cien


varas adentro, es el único portón negro___

El viaje terminó, sanos y salvos los cuatro pasajeros que quedaban se


bajaron en la Terminal del barrio para entrar por fin en sus casas.
EL DIAGNÓSTICO

“¿Quién sabe si se nace siendo o se aprende a ser?, en la vida solo hay dos tipos
de personas, las que se cuidan a sí mismas y las que no lo hacen”.

Una vida entera dedicada a lo mismo, sabía de sobra su precio en la calle;


la vida misma se lo enseñó desde niño. Hoy hecho ya un hombre, solo podía
pensar en todos los cuerpos que chocaron con el suyo en hoteles de mala fama.
Tirado en su cama sabiéndose moribundo, la pregunta que no podía responderse
a sí mismo lo torturaba como una puñalada, sin darle tregua alguna:

¿Cuál de todos sus clientes lo infectó?,

Todos se veían tan sanos, tan normales dentro de una sociedad insensible
a la justicia, a la equidad o al respeto en todas sus formas; hoy, solo se ven
pobrezas, injusticias, delincuencia y corrupción por todas partes. Cómo había
olvidado que la desconfianza era lo único que podría protegerlo, ese olvido le
costará ahora la vida.

Años atrás, un breve resfrío que lo castigo un par de semanas marcaba la


primera fase de la enfermedad, después, no volvió a sufrir ningún síntoma, se
sentía como un toro en celo, fuerte, eufórico, lleno de vida; la noticia le aniquiló
esa sensación de un golpe. Primero tuvo escalofríos, luego fiebre, después la
neumonía hacía fiesta en su interior; todo se hizo tan vertiginoso, que la infección
ya no tenía ningún reparo en mostrarse abiertamente, lo tenía carcomido casi por
completo.

Mientras el médico leía el resultado de los exámenes diagnosticando el fatal


fallo, él solo conseguía acertar en una única conclusión: __¡ESTOY MUERTO!__,
entretanto el médico le repetía:__ se encuentra en la tercera etapa, le aplicaremos
un tratamiento para aminorar los síntomas__, extendiendo una larguísima receta
llena de nombres de pastillas, el orden y los horarios en los que debía tomarlas,
pero si no hay cura posible, qué importancia tendría extender más su agonía, qué
sentido habría en prolongar su vida.

Afuera del consultorio, una larga fila de pacientes esperaba su consulta;


tuberculosis, toxoplasmosis, meningitis, neumonía; todos tenía algo distinto, como
si los médicos se hubieran empeñado en darle un nombre diferente a cada
paciente, pero todos ellos sufrirían el mismo destino, se decía a sí mismo.
Moriremos sin ninguna duda. Devuelta en el cuartucho que compartía con otros
cuatro compañeros de oficio, solo podía pensar en el diagnóstico médico y en la
frialdad con que lo leyó el hombre de gabacha al otro lado del escritorio, recién
entonces notó que usaba guantes plásticos. Pensó entonces en cada una de las
letras que formaban el nombre de su verdugo, después de llorar por horas la
decisión, llegó a su mente como la única solución posible. Unas gotas de veneno
para ratas fueron suficientes; entre convulsiones y gemidos espantosos exhalaba
su último aliento. Días después del entierro, la noticia se regó como una plaga
entre todos sus conocidos; un error en la caligrafía había confundido su
expediente con el de otro paciente.
LAS PRIMERAS LETRAS

“Las manchas formaron figuras, las figuras formaron dibujos, los dibujos formaron
bocetos, los bocetos formaron letras, las letras formaron palabras, las palabras formaron
historias y las historias formaron una vida”.

Vio sobre su cama la ropa nueva, adquirida con el sueldo de barrendero de


su papá, falda y blusa, zapatos y medias, ropita interior, dos cuadernos y un lápiz,
se sentía la niña más dichosa. No había nadie con mayor fortuna que ella, iba a la
escuela por primera vez, su mamá con cariño bordó su nombre en la ropa y
escribió sus datos en la primera hoja de ambos cuadernos y todo estaba listo, su
primer día de clases estaba a unas horas.

Sentía susto, cómo sería estar en la escuela, jugaría mucho y haría muchos
amigos, su maestra sería muy buena y la querrá mucho, eso le dijo su madre, ella
jamás mentía. Con el atardecer llegó la cena, con la cena llegó la noche, con la
noche llegó el sueño y con el sueño el descanso a un día entero de preguntas, de
emoción y de más preguntas, se imaginaba en un jardín lleno de flores, con
muchos niños jugando con ella y una mujer vestida como una princesa que los
cuidaba y reía con ellos. Su primer día de clases llegó pronto, vestida con su
uniforme nuevo iba por la acera de la mano de sus padres.

Miraba a su alrededor buscando a la princesa de su sueño, pero no estaba,


tal vez ya había llegado a la escuela y la esperaba adentro con todos los demás
niños que jugaban con ella mientras dormía.
Al volver en sí después de sumergirse en sus propios pensamientos, se topó de
frente con un enorme portón plateado, muchos niños llorosos y asustados
entraban, pero no veía a ninguno volver a salir, entonces un sentimiento terrible la
hizo temblar, el pensamiento se le llenó de arañas y empezó a llorar también.
“Mamí no te vayas_ repetía entre sollozos una y otra vez.”
EL INDIGENTE

“Abandonada a su suerte y a sí misma pasa sus días la gente que sobra, la que por
razones distintas lleva la vida en las calles, bajo los puentes o en los parques.”

Cuando la noche empezaba a enfriar acomodaba su cama usual en la


banca del parque, se quitó las medias agujeradas y perfumadas por la calle en su
andar permanente sin rumbo, luego tiró a un lado del respaldo los sobros de
comida adquiridos en el mejor basurero de la zona, se acarició el estómago con
cierta complacencia y se acostó con el cansancio de un largo día haciendo nada.
Amontonadas bajo su cabeza descansaban en un salveque viejo y roído sus
escasas pertenencias, contados con los dedos de una mano sus cuatro chunches
rotos, estos eran sus únicas posesiones en la vida. Con las ropas sucias, así como
todo él pasaba las horas deambulando solo por las calles de la ciudad durante el
día.

En su espalda sobresalían dos tubos de acero que utilizaba para protegerse


de otros indigentes, sostenidos entre la piel y el reverso del pantalón aún puesto,
eran lo que lo mantenían malviviendo, porque al amparo de la calle solo se puede
malvivir.

Nadie sabe su nombre; a nadie le interesa, solo es un indigente más


afeando las calles, evacuando sus desechos en cualquier acera, lote baldío, o
espacio que para este fin le pareciera bueno. Vociferando barbaridades el día
entero trataba de que alguien lo mirara, lo tomara en cuenta como a una persona,
era su forma de tratar de llamar la atención; pero nadie quiere verlo, ni siquiera
saber que existe, que está allí, que es una realidad de nuestra sociedad.
Maloliente, piojoso y con cicatrices expuestas e infectadas, solo espera el
momento en el que siquiera Dios se acuerde de él.
FRUSTRACIÓN

“Un espíritu frustrado y encerrado en las cuatro paredes de la mente, determina el


grado de locura o genialidad para cualquier ser humano”

Pasaba las horas frente a su mesa, escribiendo, arrancando y destruyendo


cada hoja terminada, volviendo a empezar con las mismas letras una y otra vez,
su texto, un escrito iniciado hacía casi tres años parecía haberse detenido en un
mismo punto, de allí no avanzó más. Sabía que las ideas estaban prisioneras en
su cabeza, pero no conseguía dejarlas en libertad. Sin conseguir terminar su
historia, leía y releía el mismo trozo cada vez:

__ “Salvaje y brutal era el golpe de las olas sobre la costa desprotegida


mientras la luz tenue del faro se apagaba al amanecer…”

Seguían los puntos suspensivos frente a él; impidiéndole continuar el


párrafo y manteniéndolo a él mismo suspendido en el mismo momento. Cómo
debía acabar el villano, la heroína debía terminar con el galán, o sería mejor que
continuara su viaje sola para seguir su aventura en un próximo libro; pero cómo
pensar en un próximo libro si este seguía inconcluso; la consternación y la
inconformidad consigo mismo eran un hecho tangible, un estado que lo gobernaba
permanentemente. Cualquiera que se le acercara sabía que se exponía a serios
insultos, golpes o cosas peores, su enojo era con todos y todo lo que le rodeaba,
en los únicos momentos que despegaba los ojos del papel a medio escribir, eran
los que aprovechaban para administrarle sus medicamentos, bañarlo o darle de
comer. Apenas perceptible el mundo exterior para él ahora, así pasaba sus días
en el asilo, donde fue internado después de su última crisis.
LA ESPERA

Se sentaba con frecuencia ante la ventana, esperando, meditando. A veces


lloraba desconsolada, otras reía frenética. La mayor parte del tiempo se quedaba
meditabunda en ideas silenciosas que le oprimían el pecho y la cabeza. ¿Qué le
sucedía?, ¿Qué le frenaba la lengua de ese modo? La madre en sus visitas le
contaba cómo se encontraban todos en casa, lo hermoso que se veía el jardín, lo
viejo que estaba el perro; seguía hablándole con la esperanza de que ella
reaccionara, de que demostrara una emoción, la que fuera, pero parecía imposible
una expresión en ese rostro pálido por la falta de sol; los medicamentos tampoco
surtían efecto en ella, ya nada la hacía reaccionar.

__Todo está perdido, señora. No hay nada que yo pueda hacer.__ Contestó
el Galeno que la atendía desde hacía tres años. La madre se alejó con la
frustración en el rostro y en el pecho, ya no podía más.
Un día apareció un hombre de la nada, nadie lo conocía, nadie lo había
visto antes, pero ahí estaba. De pie en la puerta la llamo por su nombre, ella volvió
el rostro estático y por fin como un milagro, dos lágrimas le recorrían las mejillas.
Se arrojó a sus brazos desesperadamente y lloro, lloro tres largos años de
silencio. Lloró en unos minutos un dilatado mar de lágrimas que se agolpaban en
el estrecho corazón que las retenía.

Ese mismo día recogía sus pertenencias y se marchaba con él.


LUCHO

“Los sueños son metas con alas que vuelan en el amplio firmamento del
pensamiento y cuando están cansados de viajar, hacen nido en las ramas del tiempo y el
olvido.”

Con muchos esfuerzos pagó sus estudios, se hizo a sí mismo con dificultad.
Toda una vida de trabajo, primero, cargando bolsas o haciendo mandados a las
mujeres de la pensión; después, trabajó de barrendero, portero, mensajero, chofer
y cualquier otro oficio que le permitiera seguir adelante. Siempre para adelante. Su
madre fue una adicta muy conocida en la zona, era común verla rondar las
paradas de autobuses pidiendo una moneda para comer. Pero él no, nunca fue
vicioso, ni adicto a cualquier otra cosa que no fuera el trabajo; Lucho lo llaman
desde niño, y todos le admiran ese espíritu de superación.

En aquellos años tan duros vivía de arrimado en un cuartito que un vecino


le prestaba, también tuvo la suerte de tener un plato de comida asegurado por las
personas que allí le estimaban.

-Es buen muchacho- dicen unos cuando se refieren a él.

-Siempre lo ha sido- comentan los otros


-Tan solo que se crió y nunca perdió el camino- se le oye decir a alguien
desde una de las paradas del autobús.

Nunca supo quién fue su padre, sabe que a su madre la frecuentaron tantos
ebrios y adictos, que era imposible adivinar cuál de todos era su progenitor; el
mismo ignoraba qué edad tenía, como ignoraba también, si su madre tenía
conciencia de que él la miraba rondar la calle todos los días. Entre las drogas y el
alcohol, ella apenas se percataba de que había gente a su alrededor; con el
tiempo, su ropa se convirtió en harapos mal olientes, su cabello lacio en un
escobón pasuso, piojoso, y el cuerpo más o menos esbelto, que alguna vez tuvo,
en una masa carcomida por la adicción. En ella, ya no había rastro de la persona
que alguna vez llegara desde las montañas de San Carlos con el sueño profundo
de estudiar, de formarse en una profesión cualquiera y asegurarles un futuro a sus
once hermanos y sus padres.

Pero Lucho, sí; él siguió adelante, estudió lo que pudo y trabajó. Siempre
trabajó. Con los años, ya hecho un hombre, regresó para caminar por aquellas
calles que conocía, que le dieron abrigo y alimento para que sobre viviera de niño.
Pero ya no eran las mismas calles, las gentes que le ayudaron ya no vivían por
allí; se habían ido como él para encontrar mejores rumbos, donde no los
conocieran, donde pudieran escaparse del vicio y la delincuencia que ahora
reinaban en esa zona de la ciudad. Este ya no era su barrio.

Ya daba la vuelta a la esquina, para salir de ese lugar perdido de la vista de


Dios, y sin darse cuenta, se encontró de frente con una platina oxidada que
penetró en un órgano vital, desangrando su cuerpo flaco y cansado de tanta lucha.

Su vista se nubló, apenas pudo distinguir el bulto que sostenía el pedazo de


metal, mientras le sacaba de sus bolsillos una billetera, algún menudo y toda
pertenencia que pudiera ser canjeada por una piedra o un pito de marihuana. Era
una adicta que había vivido allí desde siempre, con los mismos harapos mal
olientes, su pelo de escobón pasuso, piojoso y su cuerpo carcomido por la
adicción, gobernado ahora por la locura.
DEMONIOS

“Cuando el alma pierde su camino, son los demonios los que aguardan nuestra
caída”

Iniciaba el día con la normalidad de siempre, atender al marido, cuidar de


los hijos, velar por el funcionamiento de la casa y por cada cosa que hay en ella,
así era su rutina diaria, una rutina que la hacía feliz.

Entonces sucedía, ellos venían recitando al oído la lista interminable de


amantes que su amado mantenía; ella lloraba tirando de sus cabellos por horas
tratando de sacar cada uno de esos nombres de su cabeza mientras los demonios
la torturan sin tregua, luego llegaba el cansancio; con el rostro enrojecido y
desfigurado por el llanto, se quedaba dormida suspirando, mal diciendo su suerte.
En los momentos de calma levantaba el teléfono para oír su voz, entonces el furor
se desvanecía tan rápido como había aparecido.

Cuando regresaba su compañero de penas y alegrías a la casa, ella se


acurrucaba entre sus brazos, él se mantenía en silencio tratando de no herir aún
más su debilitada cordura. Invadido por la tristeza acepta cada arrebato de furia
sabiéndose en parte culpable de la situación que mantiene mintiéndoles a todos
sobre ella y sobre sí mismo. Con la crisis bajo control, recurre al único amigo que
puede ayudarlo a sostener su hogar de cristal en pie, días después, contesta a la
pregunta de forma serena y convencida: Aquí se marcha de la misma manera
todos los días: en las mañanas, el oficio, las tareas, el almuerzo y el café; en las
tardes, el bordado, la novela y la charla con las vecinas; nada es diferente
mientras los medicamentos sean tomados como el doctor prescribió.
ESAS MAÑAS

“Cuando los hijos pierden el camino, los padres siempre encuentran un culpable en la
calle”.

Llegó a la delegación apenas le dieron la noticia en su casa, a su hijo lo


agarraron en plena mejenga en la plaza, rodeado de carajillos y con la ropa
empolvada; cuatro agentes lo esposaron, minutos después lo montaron en una
patrulla sin más ni más. El agente de seguridad pública que atendió el caso lo hizo
pasar a un escritorio e inició la lectura del parte policial que se adjuntó a un
expediente bastante extenso: robos, tráfico y proxenetismo eran los delitos más
mencionados, a la par de otras contravenciones menores. Cuando se cumplen
órdenes no hay tiempo de dar explicaciones, le decía otro policía al padre del
detenido, mientras fichaban a su muchacho en la delegación central.
Aquí todos lo llaman “El Vainas”, todos lo conocen de sobra; no es la primera vez
que cae preso. Lea señor, los cargos son muy serios, las pruebas recopiladas por
los oficiales son muy fuertes y muchas personas lo identificaron; lo mejor que
puede hacer por él es buscarle un buen abogado, el fiscal ya pidió la prisión
preventiva y el juez no tarda en firmar la orden.

El padre mientras tanto, se hacía nudos diciéndose a sí mismo, toda esta


situación es un error, el debió aprender esas cosas en la calle: __” en la casa no
se ven esas mañas”___, repetía en voz alta, tratando de excusarse delante de
todos los presentes. Cuando las explicaciones terminaron y el triste padre iba ya
en camino a su casa, el agente notó que de su escritorio faltaban un lapicero, un
retrato puesto en un marco de imitación de plata y el menudo que le dejaron como
vuelto del café de media mañana. Todo lo que pudo hacer fue exclamar con cierta
sorna: __¡qué bueno que en su casa no tienen esas mañas!__.
EL CUMPLEAÑOS DE MARGARITA

“En las manos de un niño siempre hay dos cosas; en una, las esperanzas de un
buen futuro y en la otra, la instrucción de los que tienen a cargo su niñez.”

Empezó ese día como siempre, aseándose el rostro y los dientes, lavando a
mano sus cuatro vestidos y guardándolos una vez secos en una caja de cartón
que mantenía debajo de la cama. Doblaba luego la cobija vieja que utilizaba para
abrigarse en las noches y se amarraba los zapatos usados que recibió en una
donación que hicieran al hospicio, donde vivía desde hacía tres años; el tiempo
justo que llevaba su madre en la cárcel de mujeres el Buen Pastor

Tres años antes, las cosas eran muy diferentes de ahora, solo su pobreza y
su soledad eran parecidas; mientras la madre dormía de día y recorría la noche
buscando clientela; ella pasaba el tiempo recorriendo las calles sin rumbo, sin
ninguna obligación.

Su madre la echó a la vida desde chica, sin ninguna guía. No le dio reglas o
advertencias para que se defendiera; la echó como quien echa un animalito a la
vida, esperando que el puro instinto le sea suficiente para sobrevivir. Poco a poco
fue conociendo el mundo, sus leyes selváticas y su extraña justicia concedida a
los que de algún modo pudieran pagar la mordida usual al oficial de policía en
turno; ella al igual que muchos otros hijos de nadie, aprendieron que la única
familia que tendrían en su vida eran ellos mismos y su normal compañerismo en
las llamadas contravenciones, esos pequeños asaltos a transeúntes comunes, que
no tienen ninguna consecuencia legal.

Con frecuencia era atrapada en el acto y llevada a la delegación para


después ser liberada por falta de mérito. Suerte para ella, que el robo de carteras
y los cadenazos no fueran considerados delitos.

Supo de su madre por casualidad, salió un día de tantos en los periódicos,


fue aprendida en la frontera tratando de pasar unos gramos de coca escondida en
unos cigarros. Ella se enteró por boca de uno de los policías, que comentaba el
asunto con los compañeros de turno.

Pasado algún tiempo; un día cualquiera quiso cambiar, cansada de robar,


de vagar y de vivir a su suerte; decidió aceptar la invitación de una de las mujeres
que recorrían el barrio y llevaba comida en platos desechables a los indigentes y a
los niños de la calle, cada fin de semana; memorizó la dirección que la mujer le
diera para buscar en ese lugar el amparo que le negó su progenitora. Aceptó ese
ofrecimiento como un náufrago que recibe agradecido un bote salvavidas en pleno
naufragio.

Al llegar se acomodó un poco el único vestido que poseía, se peinó con las
manos su pelo greñudo y suspiró; para tocar con miedo las puertas del caserón.
Desde ese día, nadie la vio más recorrer la ciudad, desde ese día había un ratero
menos, desde ese día renació un ser humano que había perdido el rumbo en
manos del abandono y la desesperación. Ella renació con un nombre nuevo, el
nombre de una flor. También recibió a partir de ese día una fecha de cumpleaños;
un día que podría festejar cada año como lo festejaban todos los seres humanos
que desde siempre habían tenido padre y madre.
MALAS NOTICIAS

Es un día hermoso, dijo el labriego con sorna al mirar el cielo


completamente nublado. Su hijo que estaba a su lado se le quedó viendo un poco
disgustado por la costumbre de su padre, no era la primera vez que lo escuchaba
burlarse de ese modo.

__Oiga papá__ dijo el muchacho de apenas quince años:


__ sabe que la Candela y yo nos hemos estado viendo a escondidas de su tata,
nosotros hemos pensado que es tiempo de formar familia, por eso nos vamos
arrejuntar. Está seguro mijo, y para donde se van a ir, pos hemos pensado que
para San José__.

El padre se quedó mirando aquel cuerpo escaso y sus pies descalzos, su


camisa ya raída por el uso diario, y sus dos piernas encorvadas a los lados, ¿qué
futuro tendría los dos en San José?, solo conseguirían pasar por dos indigentes
más, de los tantos que ya hay por allá.

___¿Sabe qué mijo?__ le tengo malas noticias, no es por desilusionarlo,


pero la Candela no es buena muchacha, mientras usted está pensando, ella anda
de alborotada con Ñor Jacinto, el de las verduras. Ya no le de más vueltas a ese
asunto y apúrese a recoger las lechugas, antes de que llegue el agua y ya no
podamos hacer nada.
LIBERTAD

Siempre que miraba al horizonte se preguntaba que había más allá, más
allá de los árboles, del camino que altanero y desafiante cortaba en dos el paisaje
que tenía ante sus ojos. Ya eran más de las cuatro cuando su madre lo llamaba
para traer las vacas de regreso, debía limpiar luego la entrada del galerón, recoger
los canastos de maíz y llevarlos a la troja, el café aún descansaba al sol sobre la
manta.

Seguía incesante la pregunta en su mente, que había más allá; al amanecer


nuevamente el trabajo de todos los días, como podría haber algo más, si la vida es
una eterna monotonía de rutinas, de días que se suceden uno al otro sin cambio.

Pronto se ponía el sol y la vieja lámpara de aceite medio iluminaba su


aburrida existencia mientras se acostaba en el camastro duro de troncos y lona.
Su madre dormía al lado, no tenían espacio para otro camastro; además era el
hombre de la casa, debía cumplir con todos sus deberes, era su obligación. Un día
ella se acostó y ya no despertó más. Solo y desesperado, con la mirada fija en la
línea púrpura y dorada línea que desdibuja ese horizonte que tanto lo atraía tomó
la decisión: camino y camino hacia él, nada lo detenía ya, su madre ya no estaba y
el lugar lo aplastaba sin piedad, liberó las cuatro las vacas, no atendió más ni el
maizal ni el cafetal, caminó determinado a llegar a esa franja de colores que
coqueteaba con él todos los días.

Nunca más su mirada daría marcha atrás, ahora era un hombre libre.
ADICTA

“Con la mente perdida y el cuerpo desfigurado recorre las calles con su vida en una mano
y las drogas en la otra"

Bailaba alegremente sobre una de las bancas de la plaza, parecía participar


de algún tipo de comparsa personal e invisible; era tan obvio su descontrol mental,
que los paseantes preferían apartarse muertos de risa algunos, con gestos de
asco y hasta miedo los demás. Su cabello ligeramente ondulado bajaba hasta la
media espalda como una cobija de lana vieja, su piel manchada, mostraba el triste
deterioro que la adicción provoca en el interior de su cuerpo. El desconcierto de
los presentes era tan palpable, parecía incluso parte del habitual paisaje. De su
cartera descocida sacó un desodorante barato que empezó a untar sobre su ropa
como una cosa natural, levantó entonces la tela que amarrada a su torso hacía las
veces de blusa para seguir untando la barra sobre su piel. Un sostén rojo fue lo
único que impidió ver sus senos desnudos en plena cuidad y la molestia de los
que almorzaban, les hizo levantarse indignados ante el desagradable espectáculo.
Dos mujeres que compartían una banca común se miraron incrédulamente sin
poder disimular ni un poco, la risa ridiculizante que les provocó la vista, una
comentó lo frío que se tornó el día, la otra siguió la breve charla asintiendo en lo
acertado del comentario como respuesta, se marcharon después de forma tan
rápida y natural como les fue posible. La fuerza pública se presentó minutos
después de haberse marchado la mujer con su baile carnavalesco y su olor a
violetas, por las calles repletas de personas indiferentes a su presencia.
ABANDONO

“El mayor engaño que se puede sufrir, está en nuestra propia ingenuidad”

En un libro de filosofía encontró escritas las respuestas a preguntas del


entendimiento que él jamás se había hecho y tomó como verdades universales las
razones más incrédulas que el ingenio humano pueda inventar. Desde entonces
se le veía con su bata larga de algodón y una cinta atada a la cintura caminando
orgulloso por las aceras repletas de huecos, charcos de lodo y perros callejeros
que encuentran en cualquier parte un punto cómodo para dormir, su nueva religión
le exigió vestirse de ese modo pues lo mundano de la gente ya no era pare de él o
de su espíritu renacido en la nueva luz que ahora lo guiaba a la perfección.

Cuando el maestro le pidió deshacerse de toda pertenencia terrenal no lo


dudó, enseguida, un abogado que con gusto brinda sus servicios en nombre de la
fe arreglaba los documentos de traspaso de propiedad y bienes. Pronto todo lo
que su trabajo produjo quedó en manos de la hermandad. Sus lecturas y retiros
espirituales eran cada vez más frecuentes, con la determinación de un devoto
seguidor, recorría las calles en busca de nuevos adeptos a sus creencias, ovejas
perdidas en un acantilado de perdición y desesperación, “La victoria sobre su
cautiverio solo se logrará con el desprendimiento de todo bien material que se
posea”, era la frase que se leía en una placa sobre la puerta del edificio blanco
que la hermandad ocupaba en el centro de la capital.

Cuando ya su devoción no consiguió dar más pruebas de su fe, la realidad


chocó de frente con él, ni el maestro ni sus hermanos mayores le salvaron de la
dura caída, el lugar estaba completamente vacío.
AGRADECIMIENTO A LOS LECTORES

Gracias a todos aquellos que tienen a bien leer mi obra, a expresar su


opinión y brindarme su apoyo. Gracias por tomarte unos minutos de tu ocupado
tiempo para dedicárselo a mis letras y sobre todo gracias por continuar
haciéndolo.

Atte.

Katalina Camus

Autora
INDICE

EL DIARIO DE EDUARDO********************************** 4

EL HOMBRE DE LAS PALOMAS*************************** 5

MI TIERRA AGONIZA**************************************** 6

EL VIAJE****************************************************** 8

EL DIÁGNOSTICO ***************************************** 11

LAS PRIMERAS LETRAS********************************** 13

EL INDIGENTE********************************************** 15

FRUSTRACIÓN********************************************* 17

LA ESPERA************************************************* 19

LUCHO****************************************************** 21

DEMONIOS************************************************* 23

ESAS MAÑAS********************************************** 25

EL CUMPLEAÑOS DE MARGARITA********************* 27

MALAS NOTICIAS****************************************** 29

LIBERTAD*************************************************** 30

ADICTA****************************************************** 31

ABANDONO************************************************* 32

También podría gustarte